jueves, 17 de agosto de 2017

¿Qué recuerdo tengo de mi madre?


Desde hace varios años quería escribir sobre mi madre. Escribir sobre estas memorias no significa invocar su muerte, ni nada de estas falacias. Es simplemente, narrar la experiencia de la felicidad que ella ha procurado en mi vida y que ella pueda leerla aún en esta vida.
María Raquel, una mujer magnífica en todos los sentidos. Todo lo que soy y he sido se lo debo, en gran parte a ella por su autoridad moral y coherencia de vida. Madre fecunda y fértil, junto con mi padre, formaron y educaron a 9 hijos; y han visto nacer y crecer 20 nietos.
a)      Los abuelos
Su madre “abuelita Margarita”, mujer no fue sólo bella de cuerpo, sino también de alma. Sus virtudes, poco valoradas en la actualidad, fueron una auténtica educación en el amor a pesar de una pobreza insultante. La abuelita Margarita fue su claro ejemplo de cariño, paciencia, espíritu de servicio, humildad, etc. Su bondad ante todo defecto o vicio del prójimo, su sabiduría y abnegación le caracterizó durante toda su vida.
Aún recuerdo las visitas a la “mamá Magos”, después de la central de abastos, su casa llena de tíos, primos, comida, y hasta animales de granja: patos, guajolotes, gallinas y gatos. La abuelita nos trataba siempre con cariño. Un taco y una coca nunca faltaban en la mesa.
Mi madre, la mayor del matrimonio, desarrolló un carácter fuerte y decidido, porque tuvo que ejercer responsabilidades que muchas veces superaban su edad y madurez; para con su padre y cuidado con sus hermanos. La Providencia Divina siempre los protegía con ropa, útiles por parte de su tío; pero también aprendió a proveer con “itacates” a sus hermanos.
Elegida por Dios desde pequeña asistió al Catecismo, visitaba la Basílica todos los domingos desde la madrugada de la mano de su padre; y aprendió a rezar varios rosarios de la mano de su abuelita “Cata”. La vivencia y devoción a la Virgen de su padre  “papá Loncho” mediante peregrinaciones por más de 10 años; y el milagro fehaciente de haber sobrevivido de una puñalada en el pulmón.

b)      El matrimonio
A los 18 años conoce a Humberto, mi padre, hombre fiel y servicial, virtudes que conquistaron a mi madre Raquel cuando estudiaban la Normal de Maestros. Y poco después decidieron casarse y seguir estudiando la preparatoria. Mi madre, la más querida por mi padre, se rehusaban a dejarla ir y separarse de ellos.
Muchas fueron las dificultades y retos laborales y económicos que mis padres experimentaron al inicio de su matrimonio. Al trabajar, estudiar, y criar a sus primeros 3 niños que no tardaron en llegar: Pilar, Vicente y Raquel; luego demostró su habilidad en el manejo de las finanzas y la adquisición de Cefeida (la casa actual) con Tere, Gemma, Humberto; para finalmente mostrar gran fortaleza con las últimas tres, cuando el cansancio por la edad llegó con: Ludivina, María José y Ana María, ¡a quien la tuvo a los 46 años de edad!
c)       Mi infancia
Al nacer yo, la séptima hija, me vi rodeada de hermanos y una estabilidad que me permitieron gozar una infancia feliz. Las cenas “musicales” amenizadas por mi hermano Charchu fueron invaluables (La negra Tomasa, el vuelo de abejorro, joy de bach; fueron mi primera motivación musical); las composiciones de Charchu, los choteos de Tere, las fiestas organizadas por Raquel,  Gemma: quien me enseñó a andar en bici, cortaba mi cabello, y forraba mis libros;  la visita de las primas, los juegos con Majo y Anita, las actividades y campamentos del “Aster” y los paseos cada fin de semana a “Burgos” Cuernavaca; fueron privilegios directamente de Dios. Todas experiencias inolvidables.
d)      Mi escuela
Asistí a una de las mejores escuelas femeninas y más bellas en el país: El “Yaocalli”. Recuerdo jugar en un bosque lleno de árboles, ofrecer flores a la Virgen en mayo,  gozar de una preceptora que nos escuchaba de manera personal cada mes, poder confesarnos con “don Jaime”, asistir a misa en recreo, y recibir formación religiosa desde los 6 años fueron las mejores experiencias de vida cristiana. Tener siempre la confianza de tener a mi madre en la misma escuela ¡fue un verdadero honor y don que me forjó un gran cariño y respeto hacia ella! Sobre todo por su claro ejemplo y coherencia de vida: siempre dando alimento a los pobres, rezando diariamente el rosario, y cuidando y educando con fortaleza y paciencia a cada uno de sus hijos; junto con mi padre.
Preparar desayunos para 6 hermanos siempre me pareció asombroso. Mis padres lograban con su fe y empeño levantarse muy temprano, y comenzar a trabajar y preparar todo para salir a las 6:30 am en punto.Los uniformes, útiles y ropa nunca nos faltaron. Ella se “apañaba”, expresión española para decir lo conseguía todo de alguna manera u otra, porque ciertamente ricos no éramos. Sin embargo, nunca nos faltaron ni siquiera bicicletas. Con tantos hermanos, ¡uno conseguía cosas y otro las disfrutaba! En los 80’s era común que los niños jugaran todo el día en la calle, así que aunque teníamos TV (y los videojuegos comenzaban a venderse) sabíamos muy claro que no eran permitidos sin su permiso y vigilados. Así como la alimentación, donde no existía el “no me gusta”. Teníamos que probar todas las frutas y verduras, incluidos el hígado, las espinacas y el brócoli. La mano “dura” que practicaba mi madre con mi hermano mayor, me dejaban muy claros los límites si no quería que “gritara” en público.
Además de aprovechar de tiempo completo las vacaciones para educarnos a escombrar la casa, leer a los grandes de la literatura, escuchar música clásica y tocar un instrumento, aprender a recitar los poemas en voz alta, reescribir las oraciones principales y lo mejor de todo: ¡adelantar todas las tareas del año! Sin que faltara las películas de los santos para niños como: Santa Inés, San Francisco de Asís, Santa Bernardita y los tres niños de Fátima,  San Patricio, San Nicolás, Alexia, etc.
Al entrar a la secundaria, mi madre tuvo un especial cariño conmigo, porque yo lloraba, literal, al leer la literatura que me dejaban. Ella paciente me leía “con voz alta”: los poemas de Gustavo Adolfo Becker, las aventuras de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, Las mil y una noches, etc, el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz (a dónde te escondiste amado) y poemas de Santa Teresa de Ávila; y al mismo tiempo me explicaba pacientemente el álgebra, trigonometría; y me enviaba al “Interlingua” para dominar el idioma inglés. Y los 15 años, me envió a trabajar como “babysitter”, con una familia católica canadiense. Donde tuve mi primera experiencia laboral y bilingüe.
e)      La música
A los 14 años descubrí el maravilloso mundo de la música. Cada viernes por la tarde, mi madre nos llevaba y esperaba pacientemente una hora después de darnos de comer un lunch en “burguer boy” y entrabamos a la clase de órgano. Así aprendí doble lección: a no ser consumista, y a leer música. La motivación principal de los recitales donde interpretábamos de memoria en la Colonia Roma.
También nos llevaban a conciertos de música clásica en la sala Nezahualcóyotl, a escuchar los domingos por la mañana. (Chopin, Bethoveen, Mozart, Bach, Handel, Bizet, Vivaldi). Recuerdo lo que significaba literalmente “el aburrimiento”; y muchos años más tarde experimentar el verdadero gozo y disfrute pleno de interpretar ¡las mismas piezas! Pero ya como miembro (segundo violín) en una orquesta sinfónica de la UP; y como contraalto en el coro de la misma universidad.
f)       La filosofía
Después de una experiencia de inolvidables y auténticas amigas en la preparatoria, me decidí por la carrera de filosofía. Ante la pregunta inevitable del porqué estudié filosofía, fue: por haber escuchado las conversaciones de mis hermanos (Tere y Raquel), haber recibido una educación humanista en casa y en la escuela, un afán genuino de encontrar y descubrir razones últimas, y también un deseo propio de comprender y defender la propia fe. Todos estos fueron el motor de esta vocación por buscar la verdad. Verdades que me han traído problemas en la vida y que no ha sido fácil forjarse una carrera, sin embargo que han sido el eje del sentido de mi propio destino, criterio de vida y felicidad.
g)      Los viajes
Los constantes y largos viajes que realicé después de la carrera siempre fueron apoyados en todos los sentidos por mi madre. A Canadá viaje a cuidar a los niños de Gemma (a los 20 años, por dos meses; a los 21 años, todo el año; y finalmente a los 34 otros dos meses); luego tuve la oportunidad de viajar a España (a los 26 años, por  dos meses;  un año entero a los 28 años; y finalmente a los 34, por tres meses) para trabajar y estudiar con Teresita. Un viaje lleno de aprendizaje intelectual y oportunidades laborales. No faltaron los paseos a museos, monasterios, catedrales y santuarios, las peregrinaciones a Roma, y las caminatas por las montañas que colindan con Francia. Más adelante acompañé a mi madre a Raquel y sus niños a un crucero por el Mar Mediterráneo,  por las principales ciudades de Francia, España, y Portugal; y a los Santuarios Marianos con mi Madre respectivamente.

h)      El cuidado de Juan Pablo
Después de regresar de tantas experiencias regresé muy contenta a casa. Mi siguiente reto: cuidar al mayor de mi sobrino durante tres años. De nuevo el ejemplo de firmeza, paciencia y fortaleza de mis padres ante las dificultades. De nuevo mis padres unieron fuerzas para sobrellevar la enfermedad misteriosa que sorprendió a toda mi familia de improviso; y que nos costó años de paciencia y aprendizaje para sobrellevarlo.

i)        Finalmente mi profesión y mi hobby
Después de varios intentos fallidos por cuidar a más y más sobrinos de Estados Unidos, hijos de Humberto. Por fin, la calma, pude recibirme como Doctora en Ciencias para la Familia. Y una vez más, una lección más de mi madre: “lo que se comienza se termina”. Y así logré terminar y titularme. De nuevo, la constancia a pesar de las dificultades en el camino. El regreso a mi profesión laboral, como asesora online, cuyo horario flexible me permite participar en la orquesta sinfónica de la UP.  

j)        La enfermedad reciente de mi madre

Aunque parezcan pocos días o meses. El estar siempre al lado de mi madre, me permite ver y experimentar la vivencia de sus virtudes: la aceptación de la voluntad de Dios en su enfermedad, la fortaleza en el dolor, el trabajo en equipo con mi padre, la serenidad en el sufrimiento, el desapego de su independencia por su inmovilidad; su cariño a cada uno de sus hijos; su sentido del humor en las contrariedades; su sentido común, sabiduría y fe; el perdón ante los ataques y calumnias de alguna(s) de sus hijas, durante toda su vida la han hecho la más grande mujer de la que puedo narrar su vida de viva voz.