No son pocas las personas que tratan de convencerme de algo, por lo general de usos o costumbres de la homopatía, yoga, y varias técnicas que podrían calificarse precisamente de pseudo-científicas, llamadas así porque no hay una clara justificación epistemológica que demuestren su validez.
Me limitaré a responder la diferencia entre ciencia y opinión, aclarando algunos antecedentes epistemológicos más allá de los principios sapienciales de la medicina oriental. Porque, como bien dicta un dicho popular: “es más fácil andar preguntando, que santo Tomás contestando”.
Recuerdo el primer día de clase que tomé de
Introducción a la Filosofía. El Dr. Zagal con esa voz chillona y pedante:
“Díganme jóvenes: ¿cuál es la diferencia entre un curandero y un doctor?
Nosotros, la mayoría tímidos e inseguros, temíamos a dar una respuesta precisa, por miedo a una respuesta de tono burlón y sarcástico del profesor.
Gracias a esa sensación de incertidumbre, que
siempre provoca el ejercicio del razonamiento práctico de la filosofía, me
quedó claro que la definición de los antiguos griegos (Aristóteles y Platón) de
ciencia (episteme): “es aquel conocimiento cierto por causas que ocurren en la
naturaleza siempre o casi siempre”; mientras que la opinión (o doxa) ocurre a
veces o nunca.
Así, comprendí que quien posee el hábito de la ciencia, generalmente el médico, es
quien conoce los principios, causas y elementos de la medicina, en este caso, casi siempre procura la salud; mientras que el curandero a veces cura,
pero otras no. Nunca se sabe.
Con esto no quiero dar la impresión que son
cientificista, es decir, otorgarle el 100% de crédito a la ciencia experimental
al éxito del hombre, que logró deslumbrar a la humanidad en el siglo XVIII en
época de la Ilustración. Y que dos siglos más tarde, vio con desilusión, cómo la
bandera de la “diosa razón” los había llevado a la vivencia de dos guerras mundiales. Ni tampoco, quiero mantener una postura antropológica,
que define la humanidad por su capacidad de progreso.
Lejos de eso, considero el avance de la
ciencia moderna, más que un camino certero al éxito, es más un devenir entre
logros y fracasos para la humanidad. En efecto, muchos de los descubrimientos
de virus y bacterias, vacunas, se descubrieron en un contexto
complejo de conjeturas, inmunización, reacciones secundarias, contra- efectos
de medicamentos, fracasos, abusos, etc. Una historia tan truculenta como las
mismas pasiones humanas.
Sin embargo, no deja de llamarme la atención
las personas que “creen” en la medicina alternativa u homeopática, es decir, confían
por experiencia subjetiva personal en su vida o en sus
seres queridos. De hecho, esta sensación de recuperación es tan real, que la
cuentan de viva voz, con claro propósito proselitista de convencer a sus
familiares y amigos, de los maravillosos efectos de bienestar de tal o cual técnica
ancestral o milenaria, casi siempre, oriental.
Mi respuesta ante este optimismo ante la
acupuntura, yoga, etc; me deja una sensación de silencio por respeto a sus
opiniones, como quien muestra un gusto por esta o aquella película, obra de
arte o restaurante favorito. De ahí, mi preocupación para distinguir entre las
emociones y las demostraciones o justificación racional y/o científica a la
hora de argumentar.
Me da la impresión que las mujeres mayores
con hijos, mejor conocidas como “señoras”
tienen un instinto de amor y protección hacia el débil; y que su
es indudable, nada despreciable sino incluso laudable.
De hecho, entre ellas no faltará quien se gane la vida de esto, y me pueda
contestar: “tú no sabes nada, tengo muchísimas pacientes o clientes, que
prueban lo contrario”.
Y es precisamente por eso que recurro a la
lógica y a la Filosofía. Primero porque la lógica me previene contra esta ola
de sentimentalismo y emoción cuestionando:
Primero por la lógica. Por lógica entiendo el
peso de la prueba. ¿Quién tiene el peso de la prueba a la hora de argumentar
sobre los beneficios de la medicina alternativa, homeopática o alópata? ¿Las
convencidas o los que no?
En conclusión, mi postura no es el rechazo a la
experiencia personal, que es tan real y válida para afirmar que algo es
verdadero; pero está en el plano de la opinión (doxa) que en griego significa
fe, precisamente por su falta o ausencia de verdad universal. Porque la opinión,
aunque sea milenarias, popular, o incluso aunque estén de moda; continúan
siendo, como diría Popper, falseable.
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