Hace poco
algunas personas plantearon la aporía del naturaleza: ¿la naturaleza impone,
dictamina o se construye, evoluciona? O en otras palabras, ¿la naturaleza es
fija e inmodificable o absolutamente plástica o constructiva? Y es que al hablar de la naturaleza, y en
concreto de la naturaleza humana, nos adentramos en terrenos que implican la
libertad. La libertad de elegir o de “identificarse” con el otro sexo. Muchas
veces recurren a la analogía, ya usada por lo ingleses, “de estar atrapado en
el cuerpo de una mujer o de un hombre; y viceversa”.
Históricamente,
se ha planteado esta aporía de modo antagónico: unos afirman que ser hombre o
ser mujer se define en términos de eficiencia, o “porque siempre ha sido y ha
funcionado”. Basado en premisas dadas e inmodificables; la otra como una opción
abierta y construida. ¿Es el ser humano
un ser acabado inmutable, fijo y determinad? O por el contrario, ¿es un ser en
constante búsqueda de su yo?
Para plantear
esta cuestión, que efectivamente, es compleja, dinámica y cambiante, debemos
establecer: qué entendemos a) por sexo; b) por género; c) y la relación entre
ellos; y finalmente d) la solución de esta aporía.
A)
Qué entendemos por sexo
Durante
siglos se creyó que el sexo era accidental a la persona y se ha discutido si el
sexo es accidental a la persona, o forma parte de su identidad. La
identificación es fenotípica por la totalidad observable. El fenotipo estaba
centrado en los órganos genitales externos.
Ahora
se sabe que la identidad sexual es algo profundo. Por ejemplo, por el tipo de
letra se puede identificar si una persona es varón o mujer. Así surgió la
grafoscopía. Se ha descubierto que los hombres segmentan sus vivencias en compartimientos,
mientras que en las mujeres la vivencia de los problemas es total.
“El impulso sexual de cada persona se desarrolla a
partir de un fundamento somático pero penetra muy profundamente en la psique y
en su emotividad específica e, incluso, en la misma espiritualidad del hombre” (WOJTYLA, 2011).
El
sexo no sólo reside en los órganos sexuales externos, sino en el modo de
pensar, sentir, y hablar. No existe ser humano que no esté marcado sexualmente.
Pensar, escribir, decidir son distintos según se trate de un hombre o mujer.
Nada es neutral. Es una perfección transversal del psiquismo, de la vida
social. Nada hay neutralizado. La diferencia entre varón y mujer opera en
diferentes modalidades.
Lo
humano no acontece asexuado. La
persona humana es un ser sexuado «ab initio», desde su origen y en toda dimensión y
nivel. Lo realmente existente es este varón, esta mujer, aquí y
ahora (GUERRA, 2016).
¿Qué
supone que la esencia humana se desarrolla como esencialmente masculina o como
esencialmente femenina? Una cierta subjetividad que supone una verdad, y una
forma de concebir el mundo. Encuentro a otro, que me dice algo de mí, pero hay
una subjetividad compartida. Hay ciertas generalidades.
La
experiencia sobre quién soy madura al descubrir una alteridad que se
contra-distingue de mi yo. Aunque existe una identidad cualitativa, la
diversidad corpórea, cultural y psíquica entre hombre y mujer no ofrece
simplemente otro yo, sino otro que si bien es otro-yo no está configurado exactamente igual al mío. Hay una
relación pero no puede verse homologado.
“La
identidad del yo incluye como perfección transversal, trascendental si se
quiere, la sexualidad masculina o la sexualidad femenina: todas las dimensiones del yo –cuerpo, psiquismo,
lenguaje, historia, etc.– se encuentran atravesadas por una determinada
diferenciación sexual originaria” (GUERRA, 2016).
Cualquier
consideración que hagamos sobre el género y el sexo debe suponer la libertad,
pues ésta es una característica esencial del ser persona. “El sexo es en cierto sentido «constitutivo de la
persona» no sólo es un «atributo de la persona». Esto demuestra lo
profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e
irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como «él»
o «ella»” (WOJTYLA, 2011).
b) Qué entendemos por Género
Freud
postuló que la satisfacción sexual se puede tener con cualquier cosa, que el
instinto sexual es plástico. La preferencia sexual es el modo de satisfacción
de este instinto y puede ser educado. El humano, es el único animal capaz de
posponer el instinto, porque tiene otras capacidades. La razón, poco a poco,
descubre motivos superiores al instinto por los que vale la pena posponerlo.
Cuando
se presentan esos otros motivos, se da una sublimación, que canaliza el
instinto pero no lo niega; entonces ocurre la conquista del corazón de otro. La
vida sexual humana se vuelve apasionante, se usa la razón y se descubre el
significado, que se vuelve valiosísimo.
La
vida sexual humana no es igual que la del animal. El erotismo posee un
significado complejo. En la sexualidad humana todo tiene significado, desde un
beso hasta el acto sexual. Todo lo
dado y constitutivo del yo se manifiesta de modo personal, es decir, a través
de «mi» cuerpo, «mi» inteligencia, «mi» voluntad. Cuando se vive la sexualidad en la mera sensibilidad,
sin comprender el significado se echa a perder la vida. (GUERRA, 2016).
El
puro instinto, sin discernimiento racional se vuelve el dominio del más fuerte,
usando el recurso de la violencia.
No
son antagónicos sexo y género. El
género es una dimensión constitutiva de la identidad narrativa del yo humano:
no soy sin género. Los animales no poseen género en sentido propio. El género
es una perfección exclusiva del ser humano, en cuanto sujeto espiritual, es
decir: dotado de un psiquismo irreductible a sistemas materiales complejos.
Ser
pareja significa entregarse, darse, pero también acoger, recibir. El problema
empieza en qué es lo que uno entrega. Se entrega el cuerpo, el tiempo, el
afecto, el futuro, se entrega el pasado, todo lo que se es. La pareja es
misterio de entrega y de acogida. Lo que significa que, entre más perfecta sea
la entrega y más perfecta la acogida, habrá menores dificultades.
“El género emerge en simultáneo con la propia
capacidad libre y simbólica del yo, con la capacidad libre y simbólica de
aquella persona o comunidad que arriesga –de modo tácito o explícito– una
interpretación sobre mi identidad personal” (GUERRA, 2016).
Una
persona sólo puede entregar lo que es y lo que tiene. Muchas personas se casan
pero tienen una ilusión de perspectiva. Esta ilusión les hace olvidar que se
está acogiendo toda la vida de la otra persona; mientras que muchas personas no
han conocido a fondo ni siquiera su propio pasado.
“En efecto, su sola instalación en el mundo, exhibe
una consistencia definida y transtemporal que acompaña su identidad narrativa
haciendo de ella un sujeto identificable, con un designador rígido preciso: su
nombre propio. Dicho de otro modo, es imposible hablar de sujetos
heterosexuales, gays,
lesbianas, transexuales, etcétera, si el sujeto mismo se volatiliza y disuelve” (GAMSON, 2000).
Se
puede plantear otra manera de entender esta realidad: “El ser humano concreto sólo puede ser reconocido como un sujeto con
diferenciación sexual y diferenciación de género simultáneas. Este binomio, en
el plano de lo real se encuentra en una «relación insuprimible»” (GUERRA, 2016).
Rodrigo
Guerra señala que hay tres posturas que han tratado de explicar lo que es
género y sexo:
- El género como hecho dado e inmodificable;
- El género como hecho absolutamente plástico;
- El género como epifenómeno abierto de la
diferenciación sexual.
Analicemos
estas posturas con más detalle:
1)
Se trata de algo dado por naturaleza y no se puede
modificar. Esta postura ha sido funcional para la sociedad durante la mayor
parte de la historia, pues el ser hombre
o ser mujer se define en tanto que
ayuda a resolver necesidades humanas. En el socio-biologismo,
se considera al comportamiento en términos de eficiencia reproductiva de la
especie. Según este enfoque, el ser humano no es libre porque está determinado
a hacer ciertas cosas, o porque “siempre ha sido así y ha funcionado”.
A
este planteamiento se le puede cuestionar su carácter meramente eficientista:
la existencia de dos sexos y la vida en pareja reducen su valor al aspecto
reproductivo. El valor de la alteridad no es distinto al de los seres
irracionales.
Además,
afirmar simplemente que “así ha sido siempre” es un discurso que permite
calificar (y legitimar) cualquier cosa como normal, tradicional o histórica ya
sea la discriminación, la pobreza, la guerra o la esclavitud.
2)
El segundo como algo absolutamente plástico propone
que es un mero constructo social. La biología, las diferentes operaciones del
sistema endócrino, las diferentes sinapsis; todo queda rebasado ante la
afirmación de que el sexo biológico es distinto del sexo psicológico (el
género).
En
esta postura, se afirma que el género es independiente de la diferenciación
sexual; opcional al grado que puede haber tantos géneros como el discurso
requiera (lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, etc).
Como
señala Judith Butler: “Si se impugna el
carácter inmutable del sexo, quizá esta construcción llamada ‘sexo’ esté tan
culturalmente construida como el género; de hecho, tal vez siempre fue género,
con la consecuencia de que la distinción entre sexo y género no existe como
tal” (BUTLER, 2007).
Si
el cuerpo es el lugar donde la cultura aterriza los significados que le da la
diferencia sexual, ¿cómo distinguir qué aspectos de ese cuerpo están libres de imprint cultural, o sea de género? Para
Martha Lamas no hay forma de responder a esta interrogante porque no hay cuerpo
que no haya sido marcado por la cultura. El rechazo a la perspectiva que habla
de lo natural o de una esencia (masculina o femenina) se fundamenta en ese
reconocimiento (LAMAS, 1996).
Cuando
se desvincula el tema de género con el sexo, la propia relación de pareja se
plantea como algo no natural, o no
intrínseco al ser humano, y se niega que el
otro represente una alteridad valiosa. Fue tanta la lucha por el criterio
de homologación que no se alcanzó a matizar el tema de la diferencia.
Cabe
cuestionar, además, si los hechos supuestamente naturales del sexo se producen
a partir del discurso que defiende su “neutralidad” o su relatividad, ¿acaso no
está al servicio de sus propios intereses políticos y sociales?. Veamos qué
dice Monique Witting al respecto:
“Me gustaría recordar lo que dicen Marx y Engels en
La ideología alemana sobre los intereses de clase. Dicen que cada nueva clase
que lucha por el poder, para lograr su objetivo, debe presentar sus intereses
como el interés común de todos los miembros de la sociedad, y que en el campo
filosófico esta clase debe concebir su pensamiento como universal, presentarlo
como el único razonable, el único universalmente válido.” (WITTING,
1993)
La
estrategia no podría ser más clara: para destruir al opresor sistema patriarcal primero hay que señalarlo como causante
de todos los males, a fin de presentar la propuesta de la ideología de género
como la única alternativa lógica, razonable o posible, para construir un orden
social más justo. ¿De qué manera estorba la existencia de hombres y mujeres a
ese orden? Lo hace en la medida en que esa diferencia es la base para la
existencia de la familia.
Queda
por analizar la tercera opción; el género como epifenómeno abierto de la
diferenciación sexual. No hay sexo sin género. Y no hay género sin sexo; porque
son dos conceptos íntimamente relacionados. La propuesta apunta a una
antropología basada en la igualdad y en la diferencia entre mujeres y hombres.
Como
se mencionó al principio del presente capítulo, se consideran antagónicos sexo
y género. Se procura conciliar el dato biológico como un elemento invariable,
al tiempo que se reconoce que el dato cultural puede cambiar. No como algo
plástico ni relativo, sino como un modelo de co-responsabilidad. La apuesta es
por un modelo de igualdad como lo que nos distingue.
La
relación entre sexo y género, no implica una guerra, sino una alianza. Propone
una perspectiva de familia que se fundamenta en la interrelación entre los dos
ámbitos. La corresponsabilidad responde a la pregunta del deber ser.
¿Cómo
debe ser la relación con el otro?
Tomando en cuenta que el otro es
digno. Cuando comenzó la lucha por los derechos de las mujeres, el discurso más
conservador advertía que la familia y la sociedad serían destruidas. La
realidad ha demostrado que el voto femenino, su integración a la vida pública y
laboral, no destruyeron la familia ni la sociedad. De igual manera, el hombre
puede involucrarse más en la crianza de los hijos y el cuidado del hogar.
La
vida privada y la vida pública son espacios que pueden pertenecer a hombres y
mujeres por igual. Aquí se desbaratan dos discursos: el conservador que niega a
la mujer una identidad fuera del ámbito doméstico y el falso progresismo, según
el cual el varón se ve despojado de identidad al arrebatársele la exclusividad
en la vida pública. Ni la mujer se masculiniza ni el hombre se feminiza. La
identidad de género está más allá de los roles supuestamente asignados por una
cultura; es biológica, psicológica, endócrina, social y sexual.
Así
que la persona es la norma. El criterio no es la homologación; sino la
diferenciación respetando la dignidad dual del ser hombre y ser mujer. El valor
de la persona como ser individual, portador de una dignidad y un derecho
propios, supone el valor de toda la humanidad. Y toda la humanidad supone el valor
de una persona. No es intercambiable, ni cuantificable. El hombre y la mujer
son dignos y suponen un fin en sí mismos. La noción de persona es la dignidad
que supone que no podemos instrumentalizar.
Lo
que supone, este modelo de interdependencia, es una visión personalista
sexuada. Que se es hombre y se es mujer: ser hombre es irreductible a ser
hombre y viceversa. No podemos instrumentalizamos. Si son igualmente dignos
pero son diferentes. No se trata de justicia conmutativa, sino una apuesta de
justicia distributiva.
El
feminismo de género plantea un problema ahí donde hay una solución, una lucha
donde hay una alianza, y una negación en donde el ser se afirma en plenitud. El
problema del feminismo de género es que se ha concebido como un sistema cerrado
contra el cual no hay forma de argumentar. No
puede apelarse a la naturaleza, ni a la razón, ni a la experiencia, o las
opiniones y deseos de mujeres reales, puesto que según sus defensoras todo esto
estaría “socialmente construido”.
No
importa cuánta evidencia se acumule contra sus ideas; las feministas de tercera
ola denunciarán siempre la lucha de sexos como una expresión de la lucha de
clases. Continuarán insistiendo en que los hombres han construido una gran
conspiración contra las mujeres, que es la causa de todas sus desigualdades.
“La categoría de sexo es el producto de la sociedad
heterosexual, en la cual los hombres se apropian de la reproducción y la
producción de las mujeres, así como de sus personas físicas por medio de un
contrato que se llama contrato de matrimonio. Comparemos este contrato con el
contrato que vincula a un trabajador con su empresario”. (WITTING,
1992: 27)
Monique
Witting plantea de manera explícita que el matrimonio es una forma de
explotación legal y cultural, a través de la cual el hombre se apropia de la
mujer y su producto (los hijos). Reducida a una categoría de fábrica, o de
mercancía, la única alternativa de liberación femenina, sería la eliminación de
aquello que la premie y cosifica;
esto es, el matrimonio, los hijos y la familia.
Lo
que sí es cierto y fácilmente comprobable, es que todavía existen muchas
personas que quizá por falta de información, siguen defendiendo esta forma de
trabajar por la igualdad.
Es
necesario dar a conocer el pensamiento que hay detrás de esta perspectiva de
género, que cada vez tiene mayor presencia, y da lugar a un intenso debate
entre pedagogos, educadores y políticos comprometidos con la difusión de la
ideología de género en las escuelas, enfrentados a las asociaciones de padres
de familia, educadores y grupos políticos que se oponen a la inclusión de esos
contenidos en la educación básica. Basta revisar algunos materiales educativos
difundidos en países como México y España, en los colegios y en las
universidades.
Rodrigo Guerra
López es Doctor en Filosofía por la Academia Internacional de Filosofía en el
Principado de Liechtenstein. Ha realizado estudios en la Universidad Católica
de Eichstätt (Alemania); obtuvo el Postgrado en Humanismo Universitario por la
Universidad Iberoamericana (Golfo-Centro); el Diplomado en Gestión Integral de
Proyectos por Infinita S.C.; y la Licenciatura en Filosofía por la Universidad
Popular Autónoma del Estado de Puebla. Se ha desempeñado como Coordinador de la
Maestría en Filosofía de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla;
como Coordinador Académico del Instituto Pontificio Juan Pablo II (Ciudad de
México); y como Catedrático del Instituto Mexicano de Doctrina Social
Cristiana, de la Universidad Autónoma de Querétaro, de la Universidad Anáhuac,
de la Universidad Iberoamericana y de la Universidad Panamericana.