Personalmente, me preocupa la
situación que vivimos en nuestro país. La corrupción y la demagogia ha llevado
a México cada sexenio a una lucha por el poder. Esta ambición de poder que
permea está dividida en tres: estatismo (promete que el estado lo puede resolver
todo); liberalismo (yo puedo resolverlo pero no dice cómo) y finalmente la
utopía esperanzadora (donde sólo le dice al pueblo lo que quiere escuchar). El
problema es que el discurso de ninguno no toma en cuenta la cultura (la vida
del espíritu) porque no busca el bien común, sino sólo el poder para el
provecho individual.
Elegí el texto de Byung-Chul Han:
por dos razones: 1) porque destaca la idea
del espíritu humano que busca una verdad trascendental y 2) porque sólo a
través de la contemplación, la sociedad podrá aspirar al bien común.
¿Cómo trabajar por el bien común?
Recordemos que para Platón, la actividad del gobierno consiste en dirigir las
partes hacia un fin. Esta se divide en: gobernantes, guardianes y los productores.
Los gobernantes son los que dirigen, es decir, ponen los objetivos y conducen;
los guardianes hacen ejecutar ese orden. El problema comienza cuando sólo se
considera al ser humano como mero productor, es decir, un esclavo. Un esclavo
trabaja por un fin externo que lo aliena.
El autor, Byung-Chul Han, da
pautas claves para interpretar la situación de nuestra sociedad, porque apunta
a un análisis serio de lo que está viviendo nuestra sociedad, la sociedad del
trabajo y la producción. A lo largo de la obra el autor se da cuenta de las
consecuencias psicológicas
(nerviosismo e intranquilidad) al
perder de vista la vida del espíritu. Cuántas veces escuchamos la frase: . ¿Por qué no tenemos tiempo para el arte, la religión, la
reflexión o la contemplación? Porque siempre vivimos con prisa pensando que
hacer muchas cosas nos hace personas importantes. ¿No será más bien que no
sabemos abrir nuestro espíritu a lo que realmente importa, es decir, a Dios?
En el libro , el autor menciona los trastornos psicológicos de este
siglo.
“Las enfermedades neuronales
como la depresión, el trastorno de déficit de atención con hiperactividad
(TCAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste
ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo”. (Byung-Chul
Han p.11). En concreto, ¿cuántos niños y jóvenes que sólo viven distraídos todo
el día en el celular o internet? Yo misma he experimentado esta constante
ansiedad por revisar y estar atento a cualquier mensaje, llamada o exclamación
de las redes sociales.
El autor “habla, asimismo, de la
, de los sistemas de información,
comunicación y producción”. (Byung-Chul Han, p. 18). Todo el día
intercomunicados y produciendo nos lleva a un desasosiego en el alma. De hecho,
muchos jóvenes no sienten sólo miedo, sino literalmente terror y ansiedad a
estar desconectados por unos días.
El autor compara la sociedad
anterior con la actual. “La Medusa deja de ser otro, alguien ajeno, para estar
en nosotros mismos. No ataca desde fuera sino desde dentro. “La Medusa es el
otro inmunológico en su expresión más extrema. Representa una radical otredad
que no se puede mirar sin perecer. La violencia neuronal, por el contrario, se
sustrae de toda óptica inmunológica, porque carece de negatividad. La violencia
de la positividad no es privativa, sino saturativa no es exclusiva, sino
exhaustiva. Por ello, es inaccesible a una percepción inmediata”. (Byung-Chul
Han, p. 23).
Y es que cuando nuestros hijos,
no hacen más que conectarse al levantarse y estar frente a las pantallas casi
todo el día, ¿no están siendo esclavos del placer que genera esta adicción? Los
padres tienen miedo a limitar las horas que pasan frente a sus celulares, son
más permisivos porque “todos lo hacen”. Sin embargo, el autor nos explica: “La
sociedad de disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y
criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y
fracasados”. (Byung-Chul Han p. 27).
Precisamente Nietzsche advirtió:
“El individuo soberano, semejante a sí mismo, cuya venida anunciaba Nietzsche,
está a punto de convertirse en una realidad de masa: nada hay por encima de él
que pueda indicarle quién debe ser, porque se considera el único dueño de sí
mismo”. (Byung-Chul Han, p. 30). Sin embargo, esta dialéctica cae en la
paradoja de convertirse uno mismo en el peor de los esclavos. “El hombre
depresivo es aquel animal laborans
que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él
es, al mismo tiempo, verdugo y víctima”. (Byung-Chul Han, p. 30).
Entonces, ¿Cómo recuperar la
auténtica libertad?, ¿Es verdaderamente libre una sociedad sin límites? No, una
sociedad libre es una sociedad con límites. “La libertad "extrema" (que es su perfección
abstracta, y su verdadera ausencia) no lleva a nada, ya que sabemos que los
extremos, en todo lo que tenga relación con nuestros deberes o satisfacciones
en la vida, son destructivos tanto para la virtud como para el disfrute de
ellos”. (Burke, p. 153).
¿Cómo llegar a una auténtica libertad? “La libertad debe ser
limitada, para ser poseída. Es imposible fijar con precisión el grado de
restricción que requiere, pero los hombres públicos deberían esforzarse por
descubrir cuál será el mínimo de restricciones apropiado para la comunidad,
empleando para ello experimentos prudentes y racionales. Porque la libertad es
un bien que hay que mejorar y no un mal que hay que disminuir. (Burke, p. 153).
Esta misma idea se aplica a la sociedad en su conjunto
cuando se habla de derecho. ¿tenemos derecho a todo? El autor nos muestra que
efectivamente nuestra sociedad tiene a quererlo todo sin negarse nada. “El
exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos,
información e impulsos. Modifica radicalmente la estructura y economía de la
atención. Debido a esto, la percepción queda fragmentada y dispersa. (…) La
técnica de administración del tiempo y la atención multitasking no significa un
progreso para la civilización”. (Byung-Chul Han, p. 33).
El estar en todo y en nada, nos
hace vulnerables de la diversión, de la distracción continua, del continuo
hedonismo que nos hace sentir, al final del día, llenos de todo pero vacíos por
dentro. Nos deja desasosegados, inquietos y con dificultades incluso para
dormir o tranquilizarnos. Dejamos de atender lo importante para atender lo
urgente. “Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva
barbarie. En ninguna época, se han cotizado más los activos, es decir, los
desasosegados. Cuéntese, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben
hacérsele al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del
elemento contemplativo”. (Byung-Chul Han, p. 39).
Nuestra sociedad no sabe qué
hacer, cómo reaccionar ni a quién acudir en el momento del dolor, de la
enfermedad, de la tragedia y la muerte. “La moderna pérdida de creencias, que
afecta no solo a Dios o al más allá, sino también a la realidad misma, hace que
la vida humana se convierta en algo totalmente efímero. Nunca ha sido tan
efímera, sino también lo es el mundo en cuanto tal. Nada es constante y
duradero. Ante esta falta de Ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad”. (Byung-Chul
Han, p. 46).
En la pena y en la aflicción
nuestra sociedad no sabe rezar, cantar, suplicar u orar a Dios; pero tampoco
sabe interpretar los símbolos, ya no tiene narraciones que expliquen o den
razón de su mortalidad o este paso por el mundo. Todo se vuelve efímero y ya
nada permanece. “Ante la falta de una tanatotécnica narrativa nace la
obligación de mantener esta nuda vida necesariamente sana. Ya lo dijo
Nietzsche: tras la muerte de Dios, la salud se eleva a diosa”. (p. 46). Quizá
sólo quede el ansia por no perder la belleza y la salud de la juventud, en una
pelea desesperada contra el paso del tiempo hacia la trascendencia.
Y para olvidar esta angustia
existencial nos perdemos en la productividad, que al menos vemos sus efectos
útiles e inmediatos; pero que paradójicamente nos alejan del ser. “A la vida
desnuda, convertida en algo totalmente efímero, se reacciona justo con
mecanismos como la hiperactividad, la historia del trabajo y la producción.
También la actual aceleración está ligada esa falta de Ser. La sociedad de
trabajo y rendimiento no es ninguna sociedad libre. Produce nuevas
obligaciones. La dialéctica del amo y del esclavo no conduce finalmente a
aquella sociedad en la que todo aquel que sea apto para el ocio es un ser
libre, sino más bien a una sociedad de trabajo, en la que el amo mismo se ha
convertido en esclavo del trabajo. (…) Lo particular es que se es prisionero y
celador, víctima y verdugo a la vez”. (Byung-Chul Han, p. 48).
¿Qué podemos hacer?; ¿Cuál es la
posible solución? Una posible pauta es la educación en la vida contemplativa.
Aprender a estar callados, aprender a escuchar, a mirar, a pensar, a
reflexionar y a orar. “La vita contemplativa presupone una particular pedagogía
del mirar. En , Nietzsche formula tres tareas por
las que se requieren educadores: hay que aprender a mirar, a pensar y a hablar
y escribir. El objetivo de este aprender es, según Nietzsche, la cultura
superior. A prender a mirar significa , es decir, educar
el ojo para una profunda y contemplativa atención, para una mirada larga y
pausada. Este aprender a mirar constituye la . Según Nietzsche, uno tiene que aprender a . La vileza y la infamia consisten en la
, de oponerle un NO”. (Byung-Chul
Han, P. 53).
Recordemos que Aristóteles
distinguía entre práxis y poésis. Poésis: actividad productiva de objetos
exteriores. Práxis: actividad enriquecedora, cuyo efecto recae en uno mismo,
con un efecto inmanente. La educación de la sociedad, podría comenzar por una
educación para la contemplación. Educación del espíritu frena la ambición de
poder. Por ejemplo, el arte no tiene una finalidad utilitaria, producción; sino
en sí misma. Es intrínsecamente desinteresada, sin un objetivo utilitario.
Así como en la educación es
necesaria la negación; así en la sociedad son necesarios los límites. “El hombre ha recibido de la
naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe emplear sobre
todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud es el ser más perverso y
más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del amor y del hambre. La
justicia es una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la
asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye el
derecho”. (Aristóteles, La República, Libro I, capítulo 1).
El autor muestra las
consecuencias de nuestra sociedad permisiva en la que podemos ver las
consecuencias de nuestro actuar sin límites. Aquí distingue entre el poder
hacer todo (potencia positiva) y el estar sosegado (potencia de no hacer). El
aburrimiento, por ejemplo, el no hacer nada, muchas veces el principio de la
creatividad. “Si se poseyera tan solo la potencia positiva de percibir algo,
sin la potencia negativa de no percibir, la percepción estaría indefensa,
expuesta a todos los impulsos e instintos atosigantes. Entonces, ninguna
sería posible. Si solo se poseyera la potencia de hacer
algo, pero ninguna potencia de no hacer, entonces se caería en una
hiperactividad mortal. Si solamente se tuviera la potencia de pensar algo, el
pensamiento se dispersaría en la hilera infinita de objetos. La reflexión sería
imposible, porque la potencia positiva, el exceso de positividad, permite tan
solo el ”. (Byung-Chul Han, P. 59).
Esta ansiedad de productividad
cada ser humano vale tanto cuanto produce. Sólo vale por su rendimiento. “El
dopaje solo es una consecuencia de este desarrollo, en el que la vitalidad
misma, un fenómeno altamente complejo, se reduce a la mera función y al
rendimiento vitales. El reverso de este proceso estriba en que la sociedad de
rendimiento y actividad produce un cansancio y un agotamiento excesivo. Estos
estados psíquicos son precisamente característicos de un mundo que es pobre en
negatividad y que, en su lugar, está dominado por un exceso de positividad. No
se trata de reacciones inmunológicas que requieran una negatividad de lo otro
inmunológico. Antes bien, son fruto de una sobreabundancia de positividad. El
exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma”. (Byung-Chul Han,
p. 72).
¿Cuál sería la posible solución
para una sociedad atolondrada, cansada donde sus habitantes se aíslan y se
dividen? “El cansancio de la sociedad de rendimiento es un cansancio a solas,
que aísla y divide”. (Byung-Chul Han, p. 75). ¿Cómo podríamos llegar a la
contemplación? ¿cómo alimentamos nuestro espíritu? El autor nos da pauta para
comprender otro tipo de cansancio, el llamado cansancio fundamental: “En cambio
el cansancio fundamental inspira. Deja que surja el espíritu. La inspiración
del cansancio se refiere al no hacer. Estoy hablando aquí del cansancio en la
paz, en el intervalo. Y en aquellas horas había paz (…). Y lo sorprendente es
que allí mi cansancio parecía contribuir a aquella paz temporal, ¡amansando,
suavizando con su mirada cualquier intento de gesto de violencia, de pelea o
siquiera de actuación poco cordial?” (Byung-Chul Han, p. 75).
El alimentar el espíritu, la
reflexión, la poesía, el arte y la religión; lejos de aislarnos de este mundo
nos conectan entre nosotros. Sólo así podríamos a tender puentes entre nosotros
para mejorar nuestro mundo y la sociedad. . Sólo considerando a nuestros semejantes como igual de dignos,
valiosos e importantes podríamos proponer una sociedad más pacífica y más
justa. Los últimos siglos, quizá más violentos de la historia, han sido en
parte por este afán de instrumentalizar y dominar a los demás.
Por eso ya nos advierte Juan
Pablo II: “Si no se reconoce la verdad
trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta
el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia
opinión, sin respetar los derechos de los demás. Entonces el hombre es
respetado solamente en la medida en que es posible instrumentalizarlo para que
se afirme en su egoísmo. La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por
tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen
visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos
que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la
nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social,
poniéndose en contra de la minoría, marginándola, oprimiéndola, explotándola o
incluso intentando destruirla “. (Juan Pablo II, Centesimus Annus. º44).
La sociedad es unión de personas,
no suma de individuos aislados. Hay sociedad en la medida que hay relaciones
unos con otros, y sólo conectan entre sí cuando conectan, se abren, y se unen y
buscan mutuas colaboraciones; de manera que su producción no se agote en su
provecho individual; sino que se articule con la contribución de los demás. Pero
para lograr esto se necesita que se escuchen unos a otros, . Reflexionar con los propios instrumentos de trabajo para
mejorarlo. Detener la actividad para abrir el espíritu, pensar y dialogar.
Sólo mediante una aproximación y una apertura a los
trascendentales: al bien, a la verdad, a la belleza y a la bondad podremos
contemplar nuestro auténtico destino. Así lo explica Juan Pablo II en su Encíclica,
que una vez educada nuestra alma podremos pasar a la acción, una acción
comprometida de mutua participación y preocupada por los demás: “Una auténtica
democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una
recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones
necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y
la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la
sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de
corresponsabilidad”. (Juan
Pablo II, Centesimus Annus. º46).
Finalmente, advierte lo engaños
posibles que nos acechan. La
duda, la ignorancia y la indiferencia ante la verdad no conducen a ningún lado;
sino que nos ciegan el camino para dirigir nuestra propia vida y nuestra vida
en sociedad. “Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el
relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental
correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están
convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son
fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea
determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios
políticos>. (Juan
Pablo II, Centesimus Annus. º46).
Así que sólo mediante una seria
reflexión filosófica que se dialogue en libertad de discursos podremos tener
una guía. “A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad
última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las
convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de
poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un
totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”. (Juan Pablo II, Centesimus Annus. º46).
BIBLIOGRAFÍA
Byung-Chul Han: La sociedad
del cansancio. Traducción de Arantzazu Saratxaga Arregi
Ed. Herder.
Aristóteles, La República, Libro VIII, cap. 1.
Juan Pablo II, Centesimus
Annus. Estado y cultura. Antología de textos. UP.