jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Qué actitud podemos tomar ante el dolor que nos provoca el prójimo?

Muchas veces los dolores más profundos no siempre provienen de la naturaleza, sino de otras personas que conviven de manera más cercana a nosotros: nuestro esposo, hijos, padres, compañeros del trabajo, amigos etc, que por sus limitaciones y defectos nos provocan desavenencias, malos entendidos, accidentes etc. ¿Quién no conoce casos donde por culpa del descuido de una persona se incendia una casa? o ¿cómo reaccionar ante constante mal humor de una vecina? o ¿cómo incluso perdonar al que me ha criticado en el trabajo?

El deseo intrínseco de hacer justicia por nuestra propia mano, es una especie de instinto que vemos ya desde culturas antiguas (con la ley del Talión) hasta nuestros días (con las guerras). En cambio la experiencia de perdonar al otro, no sólo beneficia al otro y a la sana convivencia entre las personas, sino a nosotros mismos: “si en cierto sentido le hacemos un bien a esa persona (liberándola de una deuda), ante todo nos hacemos un bien a nosotros, pues recobramos la libertad que el rencor y el resentimiento estuvieron a punto de hacernos perder. En cambio, cuando guardamos rencor a alguien, no dejamos de pensar en él; nos inundan sentimientos negativos que agotan gran parte de nuestras energías; y se produce un en la relación que no nos deja ni psicológica ni espiritualmente disponibles para vivir los demás aspectos de nuestra vida”

Hay que ser realistas y dejar de soñar, de una vez por todas, con una vida sin dolor y sin lucha. Una actitud así nos introduce en la realidad y nos ahorra muchas energías: las mismas que gastamos quejándonos, exigiendo que las cosas sean diferentes, soñando con imposibles. Otro principio por el cual debemos partir es que la vida y la muerte son un misterio. Al igual que nadie nos preguntó si queríamos venir a esta vida, así pasa con el dolor. Si nos sabemos seres mortales, contingentes y necesitados debemos estar abiertos a una realidad más alta: la existencia de Dios como un padre que al igual que nos dio la vida, que es muy buena pero que por ser intrínsecamente terrenal conlleva necesariamente el dolor y la muerte. Así podemos decir que en la vida cotidiana nos acompañan “pequeños dolores” como parte de la existencia que se presentan a modo de “retos”.

La actitud que propongo ante las imperfecciones de los otros y las decepciones que nos causan no es ni la de un “pusilánime” ni tampoco la de un insensible sino la actitud de establecer una relación que no se limite a la búsqueda inconsciente de satisfacer nuestras propias necesidades sino que tienda a hacerse un amor puro y desinteresado y el perdón lo decidimos nosotros mismos.

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