Juan: hola María. Vengo a verte porque ando un poco decaído.
María: Cuéntame: ¿Cómo vas con tu trabajo?, ¿has sido
productivo?, ¿sientes que te has cambiado, que has crecido profesionalmente?
Juan: Pues, más o menos, me siento decaído y siento que no
tiene gran utilidad lo que hago diariamente. ¿Qué me recomiendas?
María: Primero lo primero, te animo a reflexionar el por qué
de tu trabajo pues “no hay nada más práctico que una buena teoría” y luego
veremos cómo puedes trabajar mejor.
Juan: Muy bien.
María: A ver dime,
para ti: ¿qué significa trabajar?, ¿cuál es la perspectiva que
consideras más importante para ti?
Juan: Bueno, desde un punto de vista físico el trabajo es
una fuerza sobre un objeto.
María: ¿Podríamos decir esta fuerza debe tener un propósito?
Juan: Claro, debe ser productiva. ¿Trabajo físico entonces es la aplicación de una fuerza
para obtener un resultado productivo?
María: Muy bien, de hecho, la palabra trabajo viene del
latín tripaliare, poner en el tripalio. En el latín vulgar, el tripalium era signo
de fatiga, sufrimiento, penalidad, asociadas al primer trabajo: el de campo.
Esta penalidad pasó del francés travailler
al vocablo inglés travelque designaba
viajes largos, tortuosos por las largas jornadas en caminos y las malas
condiciones de los alojamientos. Cuando el escritor castellano, Miguel de
Cervantes, tituló a una de sus novelas “Los trabajos de Persiles y Segismunda”,
lo de “trabajos” no se refiere a oficios ni a ocupaciones cotidianas sino a
penalidades, trances y sufrimientos y a las peripecias viajeras de los dos
protagonistas.
En castellano, también labor
también es sinónimo de trabajo. El trabajo del campo es prototipo de trabajo.
Laborar designa la operación humana sobre la naturaleza para rendir frutos.
Juan: ¡Ah! Comprendo. Trabajo es esfuerzo, y también es
producto. A cambio de cierta dosis de tortura el hombre cambia algo en el
mundo. Esto me recuerda a los tamemes, los indios contratados para cargar cosas
porque en América no existían animales
de carga. Por eso el arzobispo Zumarraga mandó traer caballos, perros y burros
para sustituir a los indios. ¿No es así?
María: En cierto sentido sí: el físico; pero en otro sentido, y más importante no. De
hecho, la rueda, la polea, los animales de carga y los modernos motores de
combustión fueron nuevas fuentes de fuerzas trabajadoras.
Juan: Entonces: ¿Qué quedó del esfuerzo humano en esos
instrumentos?
María: El esfuerzo humano fue más intelectual que físico: el
ser humano tuvo que “pensar” el uso de la rueda, de la polea, del motor. Pensar
supera cualquier fuerza física que produce un movimiento, con la inteligencia
el hombre transformó su entorno.
Juan: Pensar implica esfuerzo. Entonces, ¿por qué el hombre de todo lugar y tiempo,
obstinadamente, se tortura trabajando? ; ¿por qué nos empeñamos en cambiar algo
en el mundo y no mejor lo dejamos tal como lo encontramos?
María: Precisamente, la biología explica cómo evolucionó el
homo sapiens. El problema sobre el origen del hombre no es algún “eslabón
perdido”. Es algo mucho peor: las leyes de la evolución fallan en la línea que
va hasta el hombre. No hay adaptación, no hay selección.
Juan: ¿Esto en realidad es así?
María: Te explico: ¿Por qué? “si un animal es capaz de hacer
frente a las diferencias del medio con instrumentos fabricados, entonces no
tiene que sufrir cambios morfológicos adaptativos y no hay lugar para ese tipo
de evolución. A medida que la vida del animal se vincula más a la fabricación,
y en definitiva a la técnica, en esa medida la unidad de la especie se mantiene a pesar de la diferencia de nicho”[1].
El trabajo permitió al homo sapiens independizarse del medio.
Juan: Entonces, ¿el medio de sobrevivencia de la especie
humana no es, como en el caso de otras especies, una adaptación morfológica?
María: Exactamente. No lo es. La sobrevivencia proviene de
la fabricación de instrumentos. El homo sapiens es un homo faber.
Juan: ¿Homo faber? ¿Es decir el trabajo nos caracteriza como
especie humana?
María: Así es. De hecho nuestro mismo cuerpo está hecho para
trabajar: primero porque nuestro cerebro es proporcional a nuestro cuerpo; segundo:
el caminar erguidos permite que la cabeza esté ocupada por el cerebro que está
hecho para conocer y no sólo sentir; tercero: las manos no están determinadas para algo
único sino que está abierta para hacer todos los instrumentos. De hecho, la
mano da sentido al crecimiento del cerebro y al bipedismo. Cuarto: en la medida
en que el hombre fabrica instrumentos de defensa, de abrigo, de preparación de
alimentos, disminuye en él la fuerza del instinto.
Juan: En otras palabras: Mientras que todas las demás
especies de animales cambian morfológicamente para adaptarse al medio, “el género Homo adapta el ambiente a él, y no él al ambiente”[2].
María: ¡Efectivamente!, si el hombre no trabajara, tendría que
adaptarse; pero no puede adaptarse, biológicamente
no es competitivo. Basta mirarnos a nosotros mismo: no tenemos cuernos, ni
garras, ni grandes fauces, ni veneno. Tenemos poca visión en la oscuridad, no
tenemos antenas, nuestra vista y oído sólo alcanzan un pequeño espectro de los
respectivos objetos; no podemos correr a gran velocidad y el general somos
débiles y frágiles.
Juan: ¿Entonces estamos mal diseñados?
María: No necesariamente, tenemos un diseño perfecto para el
ejercicio de las operaciones superiores o infinitas. Los animales no necesitan
decidir, solo siguen sus leyes físicas y biológicas. Nosotros, además, estamos
sujetos a otras leyes superiores. El desarrollo tecnológico de los últimos dos
siglos verifica esa “infinitud de cosas”
que puede crear la inteligencia y las manos humanas.
Juan: ¡Qué interesante! ¿Entonces qué será más importante
trabajar con los instrumentos o fabricarlos?
María: Fabricarlos porque implica la capacidad de ver
oportunidades y aprovecharlas. Un ejemplo es la creación de las primeras armas
para la caza. El palo servía para golpear, era como una extensión del brazo. A
partir del palo, al hombre se le ocurrió crear una lanza (palo afilado) con la
que penetraría las vísceras vitales del animal. Pero la lanza no servía para
cazar animales veloces: así que inventó la jabalina (lanza ligera) para
lanzarla desde lejos. Pero la caza de pájaros necesitaba algo más: la flecha y
el arco mejoraron la velocidad y la precisión[3].
Juan: Entonces, ¿vale la pena detener el trabajo y detenerse
para “ver”?
María: Efectivamente, Stephen
Covey le llama “afilar la sierra”. Detenerse a pensar ¿qué hace falta para
mejorar la productividad de mi trabajo? Salir de la rutina, salir físicamente
del lugar de trabajo permite ese “suspender la acción” y pensar, mirar lo que
se ha hecho y lo que se podría llegar a ser. Ser capaz de captar
oportunidades. De hecho, Julian Simon, economista judío,
escribió un libro titulado “El último recurso”. La presencia del hombre en el mundo no ha
empobrecido a la Tierra, sino que la ha hecho más productiva siempre y cuando
hay un entorno político adecuado.
Juan: ¿Un entorno político? ¿Y cómo puede ser esto si en
México está inmersa la cultura de la corrupción? ¿Entonces, tendríamos que
hablar de ética…?
María: Sólo así. Julian Simon una condición: el crecimiento
económico sólo se puede dar si hay un entorno político adecuado. “Los elementos
fundamentales de este marco son libertad económica, respeto a la propiedad y
justas y sensibles reglas de mercado que todo el mundo tenga que respetar”[4].
Juan: Claro, sólo habrá dinero si uno puede comprar y vender
libremente, si a uno no le roban su dinero y estemos dentro de un sistema justo…
pero dime, ¿qué es exactamente la ética?
María: Sí. La ética es el orden que la razón establece en
los actos libres, así como la lógica es el orden que la razón establece sobre
el pensar. Pensar con lógica es pensar de manera ordenada, actuar con ética es
actuar de manera ordenada.
Juan: entonces si la ética es poner orden, ¿quién pone orden
si cada persona tiene una escala de
valores diferente, cada sociedad lo percibe
diferente, como el comunismo o capitalismo?
María: La
ética no es “moralina”, un cataplasma puesto encima. No es un instrumento para
la productividad: si fuera eso, no sería ética sino una técnica subordinada a
los propósitos individuales o mercantiles. Y esos propósitos… ¿serían éticos?
Juan: Entonces,
¿cómo saber qué está bien y qué está mal?
María:
La misma pregunta que acabas de formular la hizo Sócrates, el fundador de la
ética occidental en el diálogo Gorgias[5] de
la siguiente manera: « ¿de qué hay que guardarse más: de sufrir una injusticia
o de cometerla?»La pregunta es de enorme profundidad: ¿quién sale más
perjudicado, el que es víctima de la injusticia o el que la comete? Su
argumentación es muy sencilla: a la víctima la injusticia se le inflige, la ha
sufrido desde fuera, como un sujeto afectado por los actos injustos. En cambio
el que comete la injusticia se hace injusto intrínsecamente”[6].
Juan: ¿Fuera
o dentro? O sea, ¿Sócrates habla de un yo interno?
María:
Exactamente, el ser humano tiene una intimidad, por eso es el primer
beneficiario y la primera víctima de sus actos. En la ética como en el trabajo
la acción tiene un efecto no solamente en exterior sino también en el interior.
“Si hago zapatos, no solamente hago zapatos, sino que me pasa algo en cuanto
hombre: el fabricar zapatos me hace mejor o me hace peor. A la acción humana siguen
dos resultados: el externo y el interior”[7].
Juan:
Como conclusión podríamos decir: por su dimensión física, el trabajo es
esfuerzo productivo; por su dimensión biológica, el trabajo es indispensable
para la supervivencia humana. De ahí deriva la dimensión económica: el hombre hace
el mundo más productivo; pero el trabajo no sólo transforma el mundo sino
transforma al trabajador. Esa es la dimensión ética del trabajo.
María:
¡Muy bien!
[1] Polo, L. Ética. Hacia una
versión moderna de los temas clásicos, U. Panamericana-Ed. Cruz, México,
1993, p. 34.
[2] Polo, L., Ética, p. 38.
[3]Polo, L., Quién es el hombre,
pp. 63-65.
[4]Simon, J., Más gente, mejor
para todos, ALAFA, 1994.
[5]Platón, Gorgias, 527b.
[6]Polo, L., Ética, p. 98.
[7] Polo, L., Ética, p. 102.
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